Esta afirmación:
Las estrategias implementadas en la comunidad educativa no son de gran utilidad, si no van acompañadas de medidas de gestión eficaces (Benayas, Gutiérrez y Hernández, 2003)
Tiene dos posturas muy interesantes para ser analizadas y ambas con muy buenos argumentos. Por una parte hay quienes piensan que la educación sea cual sea debe ser útil y generar transformación inmediata, generar competencia, capacitar y es válido. Ejemplos de ello, son las entidades que forman para el trabajo y para generar un impacto y desarrollo en la sociedad.
Por otro lado, está la otra postura que asume la educación no necesariamente como un bien tangible o de acciones concretas o inmediatas, sino concibe la educación como un proceso, donde la inspiración, la motivación, el conocimiento, la pedagogía, el acompañamiento, la formación son palabras que la acompañan. No es fácil en esta postura determinar un tiempo en el cual proyectar su impacto o ver sus resultados.
Lo que no debe pasar es que no hayan estrategias implementadas, que desechemos estas iniciativas, que no creamos que desde la educación se puede transformar. Esa es la esperanza de la educación. La gestión eficaz no depende solo de la educación, obedece a múltiples actores sociales, que cuando coordinan esfuerzos es cuando se logran los cambios. Estos cambios no son inmediatos, es por ello que términos como utilidad, eficacia, producto, bien, entre otras, no son frases adecuadas para validar si una estrategia educativa funciona o no.
Permítanme la analogía entrar a hablar de la educación es como entrar en un bosque, es todo un ecosistema, una sabiduría de años y requiere también de la sabiduría y sinergia de sus moradores.